Ojo al Gráfica

lunes, 22 de octubre de 2012

CONECTADOS, PERO INCOMUNICADOS

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La Comunicación humana es esencialmente Amor.


El medio es el fin.
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De hecho el uso del celular en ciertos lugares donde se necesita silencio, sólo interrumpe la comunicación de los demás, del prójimo.
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en el museo…
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En las calles veremos amigos, matrimonios, padres, madres e hijos, que caminan como si anduvieran por rieles paralelos, que no se tocan, mientras hablan, tecnología mediante, con alguien que no está allí.
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“¿No te da vergüenza andar con esa cosa de hace cinco años?”, escuché preguntar, en un restaurante, a una persona al ver el celular de su acompañante.

La comunicación ya no es lo importante,
sino el objeto, el aparato, el artefacto.
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de vacaciones…
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Vivimos una era de contactos virtuales y soledades reales.
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dando una vuelta…
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Fin de semana en casa
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en Navidad...
La comunicación es impensable sin el prójimo, el semejante.
Y, considerándola así, hasta podríamos decir que la Comunicación es Amor.

¿Millones de celulares y de cuentas de correo electrónico y de “chateadores” (conversadores cibernéticos, a veces de tiempo completo) son testimonio, entonces, de un mundo más comunicado?

El problema con los medios de cualquier tipo surge cuando se convierten en fines. Y quizá sea tiempo de preguntarnos si estos medios de comunicación no se han convertido en fines en sí mismos. De a poco se desplaza la cualidad del servicio y aparece la de símbolo de identidad. Sin celular, sin cuenta de correo electrónico, se corre el riesgo de empezar a quedar afuera de ciertos vínculos y actividades.
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Parejas que transcurren un almuerzo completo (están ahí, en cualquier restaurante) con uno de ellos aferrado a su celular, en una o en varias conversaciones en serie. No cruzan palabra entre sí. No se miran.
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y mis papis?
Los medios de comunicación se convierten en fines (hay que cambiar el celular cada seis meses, renovar la computadora todos los años, la palm envejece en semanas, el último juguete se llama I-Pod, hay que ganar velocidad en la comunicación, aunque nada tenga que ver con la profundidad o la realidad del encuentro).

Si nos prometemos con un amigo una charla con tiempo y sin celulares que nos interrumpan, aparecerán los temas postergados, las necesidades desoídas del alma. Invito a realizar esta experiencia.

Vivimos una era de contactos virtuales y soledades reales.
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Escuché decir hace pocos días a una mujer de 35 años, tras haber salido con un hombre: “Me encanta, es inteligente, me atrae, pero no tiene celular, ¿qué puedo esperar de él?”.
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Compartiendo?

Quizá debamos volver a las herramientas de enlace imperecederas y esenciales, aquellas que siempre, han estado en nosotros.

La mirada, la palabra, la presencia, la escucha receptiva, la palabra elegida desde la empatía, el registro emocional.

Quizás una comunicación de este tipo resulte “lenta” y hasta precaria para quienes sustituyen el contacto por la conexión. Y tendrán razón.

La verdadera comunicación entre las personas requiere tiempo, constancia, dedicación.

Es un arte y, como todas las artes, necesita de un proceso sutil.

Su resultado es el encuentro, la Comunión.

De lo contrario, podremos estar muy conectados (a la Red, a este aparato, al otro artefacto) y, sin embargo, muy solos…
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La comunicación en sí importa cada vez menos.
Ya no se trata de alcanzar al otro en un lazo esencial que nos recuerda
nuestro vínculo, nuestra calidad de semejantes.
Lo que cuenta es la apariencia: aparentar que se está comunicado.
Que me llaman, que llamo, que no estoy solo.
Porque en la posmodernidad estar solo es una falla.

Comunicarse es alcanzar la humanidad del otro,
y abrirle el acceso a nuestra propia humanidad.

Es ampliar la mirada sobre nuestras experiencias, ofrecernos mutuamente diferentes perspectivas sobre nuestras historias y sobre nuestra condición común.

La Condición Humana.

La Comunicación es impensable sin el prójimo, el semejante.

Y, considerándola así, hasta podríamos decir que la Comunicación es Amor.

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